El próximo 8 de diciembre se cumplen 100 años del nacimiento de Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925), una de las mejores plumas de la historia de la literatura en español y una de las escritoras más influyentes del siglo XX. Entre sus obras, destacan La reina de las nieves, El cuarto de atrás, Lo raro es vivir o Nubosidad variable. También Entre visillos (1958), que publicó tras la muerte de su hijo, Miguel, que falleció en 1955 a los 7 meses a causa de una meningitis. Y Caperucita en Manhattan, una historia luminosa sobre el poder de la imaginación y la lucha contra el miedo que nació de la oscuridad y la tristeza en la que se sumió tras la muerte, en 1988, de su hija Marta a los 28 años a causa una neumonía provocada por el VIH.
De esta novela se enamoró Lucía Miranda (Valladolid, 1982), dramaturga y directora de escena que, gracias a la producción del Teatro de La Abadía, ha sido la primera en llevar a escena este manifiesto a favor del niño que todo llevamos dentro, aunque lo hayamos olvidado. Carolina Yuste encabeza el elenco intergeneracional de una obra que llegaeste domingo, 2 de noviembre, a las 19.00 horas, al Teatro Gayarre y que pondrá a jugar a 25 personajes.
Han vuelto esta semana de Nueva York.
–Sí, hemos ido con la Secretaría General del Libro del Ministerio de Cultura a hacer una lectura de Caperucita en Manhattan en la Feria del Libro de Nueva York.
¿Ha ido bien?
–Ha sido maravilloso. El público ha acabado en pie y ha sido precioso ver cómo el texto de Carmen sonaba allí, en Manhattan.
La última vez que charlamos fue en 2023 con motivo de la representación en el Gayarre de 'Casa', montaje de The Cross Border Project. Entonces me dijo que este era un proyecto con el que pretendía dar voz a aquellas personas que normalmente no son escuchadas. Se me ocurre que, de alguna manera, en este caso hace lo mismo, porque, de algún modo, se trata de rescatar del silencio a nuestro niño interior.
–Me pasa que en todos los espectáculos que he hecho con la compañía y fuera de ella trato de poner en el foco historias u obras poco reconocidas de algunos autores. Pienso, por ejemplo, en La cabeza del dragón, un Valle-Inclán que hice hace unos años en el Centro Dramático Nacional, o en Caperucita en Manhattan. En ambos quise poner a la infancia en el centro. En ese caso, además, con una producción grande, cuando, normalmente, las grandes producciones se suelen hacer con temas serios... Bueno, a mí el texto de Carmen Martín Gaite me parece muy serio, aunque está catalogado de novela juvenil.
Y es bastante gamberro.
–¡Mucho! Es muy, muy, muy gamberro. Es que Martín Gaite era una señora muy divertida que ya en los años 90 planteó unos personajes muy poco normativos que incluso hoy lo siguen siendo.
Lo que sí hemos normalizado en la sociedad actual son las prisas, la productividad, la autoexplotación... ¿Ya no nos atrevemos a soñar?
–España sueña muy poco. Acabo de volver de Estados Unidos, donde pasan cosas terribles, pero donde no tienen miedo a soñar. En España nos da como miedo o vergüenza soñar grande y soñar loco. Vivimos en una sociedad profundamente adultocéntrica y eso provoca que carezcamos de espontaneidad y de imaginación y que la productividad se ponga por delante de todo. Claro, un niño no prioriza eso.
¿Se nos ha olvidado jugar?
–Totalmente. Incluso en la profesión teatral se nos olvida de dónde venimos. En mi compañía acostumbramos a trabajar mucho con infancias, y a veces entran actores que hace muchos años que no trabajan con ellas y me asombra, porque tengo que recordarles que nosotros venimos de ahí y que le debemos todo al niño que fuimos y a los niños de ahora, que siguen jugando y mantienen el fuego vivo.
¿Estamos paralizados por el miedo? Miedo a perder el trabajo, a no alcanzar las expectativas, a no encajar... No es raro que España sea uno de los países del mundo que más ansiolíticos consume.
–Sí, no me extraña. Aunque también hay que tener en cuenta que en España hay situaciones económicas muy complicadas y gente que lo está pasando muy mal. Por ejemplo, la vivienda es un tema que ahoga a gran parte de la población en este momento, en particular a la población joven. Entonces, si no tienes las necesidades básicas cubiertas, ¿cómo vas a permitirte soñar?
El miedo también es un instrumento de control.
–Total. Y Caperucita en Manhattan habla mucho de eso, del miedo inculcado a la mujer, generación tras generación, a través de los cuentos de hadas. Cuento en los que se nos dice ‘cuidado, no salgas sola por el bosque porque está lleno de lobos que te pueden comer’, o ‘estás mejor quietecita, dormida y esperando al príncipe’. Disney ha sido el gran transformador del mandato del miedo y ha hecho que temamos determinadas cosas. En ese sentido, he intentado ser muy fiel a la novela de Carmen, porque es una obra que habla mucho de la libertad. De la libertad a decidir, de la libertad a ser tú mismo, y, en definitiva, de quitarte el miedo para poder ser libre. Aunque esto también me ha causado mucho conflicto.
¿A qué conflicto se refiere?
–Tengo una niña de 5 años a la que le cuento Caperucita en Manhattan, pero, claro, en un momento dado, la protagonista, que en mi versión tiene unos 13 o 14 años –en la de Martín Gaite era más joven–, se va sola por Manhattan, se encuentra con una mendiga y se va a tomar una merienda con ella. Claro, yo le leo estoy a mi hija, pero a la vez le digo que si algún día se encuentra con una señora que le invita a merendar, no vaya... Sé que hay un contrasentido en mí misma, un conflicto entre la libertad por la que aboga la obra y la libertad que quieres que tenga tu hija.
“Vivimos en una sociedad profundamente adultocéntrica y eso hace que carezcamos de espontaneidad y de imaginación”
La preocupación por su bienestar es normal.
–Sí. Carmen educó a su hija en una libertad inmensa. Y esa libertad tan amplia imagino que facilitó que Marta probara las drogas en la época de los años 80, en la movida madrileña, como consecuencia de lo cual murió de sida. En ese sentido, Caperucita en Manhattan nació de una Martín Gaite que se pregunta por cómo ha ejercido ella su libertad y por cómo enseñó a su hija a ejercerla. Es un tema complejo.
Es que ejercer la libertad bien no es fácil.
–Es una responsabilidad. Tienes que ser valiente como para asumir la responsabilidad de la libertad.
¿Esta historia nos recuerda que la vida también es aventura?
–Sí. Hay un momento precioso en el que Miss Lunatic, que es el espíritu de la Estatua de la Libertad, le dice a la protagonista que es normal tener miedo al abandonar algo para emprender una nueva aventura, pero a la vez le dice que le plante cara a ese miedo, porque para disfrutar de las aventuras hay que atreverse a vivirlas. Y que la vida es una aventura. Puede ser una terrible si ocurre algo inesperado como la dana, por ejemplo, pero también puede ser buena, sobre todo si sales a su paso con ganas de buscar y de encontrar tu camino. Carmen habla de esas en las que tú decides qué aventuras te quieres encontrar.
Creo que quería adaptar esta obra desde hace mucho tiempo, ¿por qué ahora?
–Porque he encontrado los cómplices para hacerlo. Siempre me ha gustado mucho la literatura infantil, pero desde que nació Julia, lógicamente paso muchas horas leyendo cuentos, metida en ese universo y trabajando más en esta línea.
Lucía Miranda también se fue a Nueva York.
– Sí, y por eso para mí esta es una obra muy personal. Tengo mucho de Sara Allen, la protagonista. Ella dice que era una chica de Brooklyn que soñaba con Manhattan, y yo también lo era. Comparto con Carmen Martín Gaite que soy una chica de provincias que creció con Madrid y con Nueva York en la cabeza. Yo había leído Caperucita en Manhattan siendo adolescente y cuando fui a Nueva York, me la llevé bajo el brazo. Lo curioso es que fui a dar clases a Vassar College, una universidad en la que Carmen también ejerció de profesora en su época neoyorquina. Y allí conocí a Sara Allen.
¿A la protagonista?
–Sí, era una de mis alumnas. Cuando propuse leer Caperucita en Manhattan en clase, me sorprendía lo mucho que sabía del libro, incluso cosas que yo no sabía, así que le pregunté por qué lo conocía tan bien, y me dijo que su madre era una hispanista e investigadora de Martín Gaite, con la que, además, tuvo mucha amistad. Tanta, que cuando Carmen escribió la novela, le puso a la protagonista el nombre de la hija de su amiga.
¡Qué casualidad!
–Lo viví casi como una señal que me estaba mandando Martín Gaite desde algún lado, como un ejemplo de esas conexiones significativas de las que hablaba ella. Porque ¿cuántas posibilidades hay de que una chica de Valladolid como yo acabe en la misma universidad de Carmen dando clase y que una de sus alumnas sea la que inspiró su personaje favorito.
El texto y las interpretaciones son fundamentales, pero ¿qué me dice de la escenografía, el vestuario y el movimiento escénico?
–Para mí, la novela es súper cinematográfica, yo la imaginaba con muchísimo color y he podido trabajar con un equipo maravilloso en el que están Ana Tussé, en el vestuario, y Alessio Meloni, en la escenografía. Hay un contrabajista tocando en directo como los que van y vienen en el metro y hemos creado una de esas lavanderías americanas, con lavadoras que también son rascacielos. Creé como una especie de inventario de las imágenes que me gustaría que aparecieran en la obra.
“Generación tras generación, los cuentos de hadas nos han inculcado el miedo y la conveniencia de quedarnos a esperar al príncipe”
Hay 4 actrices en escena, de las que tres se reparten más de 20 personajes. Una locura, ¿no?
–Una locura total. Hay una cantidad de cambios de vestuario, de cambios de peluca, de voces... Pero es una delicia verlas trabajar.
¿Carolina Yuste fue su primera elección para ser esta Caperucita?
–Sí, yo quería a Carol. La había visto en una peli en la que hacía un papel muy dulce, un papel fuera de la Carolina Yuste a la estamos más acostumbrados. También la había visto en Prostitución, en teatro, y, por supuesto, en La infiltrada. Carol tiene algo muy especial.
Tampoco es habitual ver a tres actrices maduras en personajes tan divertidos.
–Imaginé que si Carmen estuviera viva, le habría gustado actuar en esta obra. Ella escribió en sus diarios que le hubiera gustado ser actriz, pero, como no se atrevió, se quedó en escritora. Así que busqué y encontré tres cármenes, tres señoras de entorno a 60 años, algo más en el caso de Mamen García, que quisieran entrar a jugar y a divertirse.
Martín Gaite escribió esta novela tan luminosa tras la muerte de su hija. Qué gran lección de vida y de literatura.
–Enorme. Increíble. Cuando la leí, no sabía nada y me pareció una novela muy luminosa que te invita a vivir. Luego me enteré y me di cuenta, leyendo después sus diarios, de que en Caperucita en Manhattan hay muchas frases que compartió con Marta, y que esta es una obra de duelo con la que se despedía de ella, la dejaba ir. Y con la que, a la vez, Carmen decía que iba a seguir escribiendo, porque es lo que sabía hacer.
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