Gemma Torrell (Barcelona, 1980) reconoce con lástima que la Medicina de Familia está perdiendo su sentido original. “Es como morir por dentro”, asegura. Por ello a la conferencia que impartió hace dos semanas en Pamplona la tituló El maravilloso e increíble proceso de morirse por dentro también conocido como desprofesionalización, con la que paradójicamente busca revitalizar a la Atención Primaria.

Torrell es médica de familia en un centro de salud de Barcelona y sostiene que su especialidad sigue siendo atractiva, pero no lo son las condiciones en las que trabajan actualmente. Faltan médicos, sí, pero no es el único problema, y apunta directamente a los dirigentes de la Sanidad: “Hay un excesivo hospitalocentrismo a la hora de priorizar recursos”. 

Dice que los profesionales de la Atención Primaria están perdiendo el sentido de lo que hacen. 

–Sí y es algo que está muy relacionado con las condiciones en las que estamos trabajando, tanto por cómo nos organizamos como por cómo nos evalúan. En el fondo hay un sentir de que ni las gerencias en general ni el sistema sanitario entienden bien cuál es el potencial del trabajo que hacemos. Hay estudios hechos, por ejemplo uno en Noruega, que indican que tener un médico de familia durante más de 10-15 años mejora la mortalidad y las hospitalizaciones en los pacientes que atiende. También hay datos de que los sistemas sanitarios basados en Atención Primaria son más costo-efectivos y al final obtienen unos mejores resultados en la salud de la población. Pero, claro, luego ves que la organización en los centros de salud y los objetivos y directrices que marcan las gerencias muchas veces van en contra de todos los atributos que definen la Atención Primaria y de esa forma, se pierde la potencialidad de lo que hacemos.

¿Esto hace que la Atención Primaria sea cada vez menos atractiva? 

–Yo creo que no. La teoría de la Atención Primaria y los valores en los que se basa y el potencial que tiene son muy atractivos, pero las formas en las que la estamos organizando, la infrafinanciación y el poco valor que recibe en un mundo donde prima la subespecialización están minándola de alguna manera. Creo que la especialidad es atractiva porque se sigue eligiendo, el problema es que las condiciones en las que estamos trabajando no lo son.

Se sigue eligiendo pero está siendo muy difícil cubrir las plazas MIR de Medicina de Familia en todas las comunidades. Parece que los estudiantes prefieren especialidades hospitalarias...

–Es probable que el rol profesional sea más fácil y vivible en otros lugares que en la Atención Primaria, pero eso lo que quiere decir es que hay que mejorar las condiciones de la Atención Primaria. Lo que no puede ser es dejarla a la deriva. Es decir, cuando tú cada día tienes unas condiciones duras, una agenda que no la acabas y siempre quedan cosas por hacer, hace que a la larga digas: “Sigo resistiendo porque creo realmente que la Atención Primaria tiene mucho potencial, creo en el vínculo que se hace con las personas e intento transformar las condiciones” o sino también puedes decir: “Esto es tan invivible que me voy, porque el ambiente que hay es muy desesperanzador”. Y al final otras especialidades hospitalarias o servicios de soporte a la Atención Primaria son más cómodas porque implican roles en los que no se establece tanto vínculo con las personas y tienen mejores condiciones laborales (mayor número de personal, por ejemplo). El vínculo es algo que implica muchísimo compromiso y eso a su vez genera mucha responsabilidad también. Si no se puede ejercer en condiciones, puede generar mucho desgaste. 

Dice que las condiciones en las que están trabajando no son las adecuadas. ¿Cuáles son los principales problemas que percibe?

–Por un lado yo diría que hay un excesivo hospitalocentrismo a la hora de priorizar recursos. Luego, también hay una fascinación general en la población –y que se extiende también a quienes gestionan– con la técnica y una fascinación con que la Medicina es fuente de certezas y es la solución a muchos de los problemas. Y eso no es real. A esto contribuye también una mercantilización de la salud, que se vea la salud como un bien de consumo, y una tendencia a la inmediatez, a tener que resolver todo ya. Que entren valores de mercado en la Medicina hace que las expectativas a resolver estén fuera de la capacidad de la Medicina. La Atención Primaria tiene unos valores que van a contracorriente respecto a los valores imperantes en la sociedad. Sostiene la incertidumbre, atiende a la complejidad de las personas. 

¿Hace falta que la población cambie el concepto que tiene sobre la Medicina? 

–Claro, pero no solo en la Atención Primaria, sino en todo el sistema. Al final, el sistema sanitario, constituye solo el 10%, dentro de todos los determinantes sociales de salud. Pero se concibe la Medicina como el último reducto que puede solventar el malestar de la población, cuando la solución a ese malestar pasa por solventar cosas como las condiciones de vivienda, laborales, medioambientales o mejorar los espacios relacionales. La Aatención Primaria es como el último bastión, un lugar accesible en el que más o menos las personas encuentran un poco de calma y reconocimiento, por eso acaba recayendo sobre ella una responsabilidad que no puede ni debe solventar y menos con herramientas biomédicas. Y esto, sumado a las condiciones en las que se trabaja, genera un riesgo altísimo de medicalizar aspectos de la vida que deberían solucionarse a nivel político y no sanitario.

¿Necesita la Atención Primaria un cambio de modelo?

–Más que un cambio de modelo necesita una recuperación del modelo que se sabe que es útil para la población y ese es un modelo generalista, es decir, el que tiene en cuenta la biología y la biografía de la persona. Se necesita proteger los atributos de la Atención Primaria: la longitudinalidad, la integralidad, la accesibilidad, la coordinación... y eso solo se puede hacer si se mejoran las condiciones de trabajo. No hablo solo de cuestiones laborales, como sueldos, etc., hablo de tener otra forma de organización, de ejercer una práctica generalista y de evaluar el trabajo que hacemos de una forma que sea significativa para los profesionales y que tenga un sentido en la salud de la población, que potencie las capacidades de la Atención Primaria. Porque ahora mismo esto no se está dando. 

Entiendo que eso pasa por hacer una apuesta por la Primaria, pero por lo que comenta parece que se prioriza antes lo hospitalario...

–Así es y tiene que ver con lo que decía de esa fascinación por lo tecnológico y la resolución de los expertos. Al final el hospitalocentrismo va muy acorde con los valores actuales de la sociedad, pero eso no quiere decir que el sistema tenga que seguir esa lógica, sino que tiene que seguir la lógica de lo que sabe que tiene un beneficio para la población y es más costo-efectivo. Y eso es apostar por la Atención Primaria.

Quizá la ciudadanía e incluso los dirigentes ven más llamativo o valoran más el último tratamiento para un tipo concreto de cáncer, que desde luego es fundamental, e infravaloran el hecho de que tener el mismo médico de familia durante mucho tiempo mejore la mortalidad de la población. ¿Echan de menos que se valore más el trabajo de la Primaria?

–Hace falta que se nos valore y que se entienda cuál es la labor que hacemos. Muchas veces la Atención Primaria se entiende desde la lógica hospitalaria, pero la Primaria tiene un cuerpo de conocimiento propio, tiene unas características propias y por tanto tiene un valor por sí misma. Eso es lo que creo que hace falta que los dirigentes y los políticos reconozcan.

De cara al futuro, la Atención Primaria tendrá que afrontar el envejecimiento de la población, que requiere de una mayor demanda en la atención... 

–Claro, es uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos: la complejidad de las personas que son más mayores y que tienen un mayor número de patologías y muchísima medicación asociada. Por tanto, esto requiere más que nunca de una mirada que sea más generalista y que se vaya hacia una Primaria que tenga en cuenta tanto lo biológico como lo biográfico del paciente, que priorice y proteja la creación de un vínculo a lo largo del tiempo entre el paciente y su profesional de referencia para adecuar los conocimientos que tenemos y los recursos que dispone el sistema a cada persona concreta, en ese momento en concreto, para ese problema de salud, como si hiciéramos un traje a medida, conociendo que es prioritario mantener en su vida en caso de enfermar, qué valores le sostienen y cómo quiere vivir los años que le quedan.