El último bulo que se está extendiendo sobre las personas migrantes afirma que secuestran y roban perros y gatos y otras mascotas para comérselas. Tiene su origen en EEUU y avanza como una balsa de aceite por las redes sociales. El propio Trump lo utilizó en su debate con Harris y acabó desmentido por los moderadores. Dejó varios bulos más en el debate. Pero que sea una burda falsedad no le quita utilidad y recorrido en una opinión pública cada vez más reaccionaria, si no directamente racista, en el debate público sobre la migración. Hay una parte de la sociedad que compra la mentira aún sabiendo que es mentira. No sólo en el Estado español , sino en el conjunto de la Unión Europea. Quizá también en este asunto Navarra sea una excepción, una tierra en la que esas posiciones son minoritarias, pero existen igualmente y cada vez, de la mano de Vox o del seguidismo que le hace el PP, aparecen con más frecuencia en los debates políticos. Posiblemente, el asunto con más influencia ahora en los cambios políticos de las sociedades europeas como se ha visto en las recientes elecciones en dos estados alemanes con un imparable auge de la ultraderecha con la migración como principal argumento. Que la mayor parte de las afirmaciones negativas contra la información estén sustentadas en falsedades o inventos absurdos no les ha restado capacidad de influencia en el imaginario popular de este siglo XXI. Es un discurso de fácil consumo político que acompaña al aumento de la influencia de la extrema derecha conforme se endurecen las políticas sobre migración. Los problemas siempre son responsabilidad de otros. Si el otro es diferente o extranjero es aún más fácil señalarle. Al igual que es falso lo de los migrantes que comen mascotas, lo son los mensajes que les sitúan como los únicos beneficiados de las ayudas públicas, la vivienda social o la renta garantizada o los que vinculan una y otra vez migración y delincuencia. Los datos de Interior y los estudios sociales desmienten esa relación directa. Sin caer en el inútil buenismo de pose, lo cierto es que hay que crear propuestas, transparencia, rigor y planteamientos realistas y eficientes sobre la realidad de la migración y las consecuencias, necesidades y problemas que inevitablemente conlleva. No vale sólo con la descalificación. Es necesario desmontar los bulos en el terreno de los discursos y la política desde en el ámbito de los derechos sociales del Estado democrático de bienestar. Las derechas y los demagogos habituales de un progresismo vacío saben que ésa es una vía de captación electoral y recurren a las dos ideas básicas que sostienen el racismo tradicional: a la zanahoria de la seguridad ciudadana se le añade la inmigración como primer factor de inestabilidad para ofrecer luego como solución la tradicional mano dura. E inciden en los aspectos negativos (marginalidad, delincuencia, efectos perturbadores sobre el empleo, los salarios y los derechos laborales o problemas de integración cultural o religiosa), obviando su aportación al crecimiento económico, la sostenibilidad de las pensiones o a la recaudación fiscal. La migración es el principal gancho de captación política, pero también es la excusa para desmontar el entramado político, ético, económico, laboral y jurídico que sostiene el modelo democrático de convivencia.