Llegaste sin hacer ruido y de igual forma te marchaste, y entre ambos momentos fuiste el músico desconocido. No entendías la vida sin una voz y una guitarra flotando sobre tu mundo, sin una sonrisa que nos cubría enteros, como una tormenta de abrazos.

Las trabas que desde el principio encontraste en el camino no te empujaron hacia el lugar oscuro que la norma requería, te llenaron de esa luz que jamás te abandonó, y saltando de hospital en hospital compusiste la letra y la música de tu biografía.

A cuatro patas primero y rodando luego, volaste sobre los adoquines de Pamplona y Barcelona como una gacela rebosante de energía, tus amigos, hechizados, seguían la estela de tu huella sin entender tanta felicidad.

Una vez estuviste frente a la puerta que buscabas, la que te convertiría en el músico conocido, pero el azar, sin contemplaciones, te la cerró de golpe. Daba igual, tú eras y seguirías siendo el que escribía canciones e inventaba melodías, el que cantando le decía a la vida : “Hola, aquí estoy, y andar como los demás no tiene la menor importancia”.

Pero el tiempo te fue arrugando unos pulmones diferentes, delicados, y poco a poco el aire se te fue escapando, y con él tu don más preciado, cantar. Y te fuiste apagando poco a poco, hasta que un día, tal y como llegaste, sin hacer ruido, nos dejaste.